jueves, 15 de enero de 2009

Relato de un cambio de túnica

Estas palabras, son las que iniciaban la oración que daba por comenzado uno de los actos, que con el pasar del tiempo, habría de ser trascendental, en la vida de un devoto de Jesús de la Buena Muerte. Ese acto fue, el participar en el cambio de túnica de esta imagen. El casi bicentenario templo de Santo Domingo, tenía una tenue iluminación natural en las naves. Declinaba ya el día, y lentamente pasaban los minutos, hasta situarnos en las 17:30 horas. A esta hora se comienza a desmontar la cruz del Nazareno. Entonces procedimos a bajar la imagen de Jesús, hasta colocarla en un sencillo “carretón”, donde se le llevaría a la Sacristía, para llevar a cabo el cambio de túnica. Atravesamos la nave sur del templo dominico, e ingresamos a la sacristía. Previo a iniciar el cambio de ropaje de Jesús, se comienza a recitar el Santo Rosario, rezo que habría de continuar durante todo el proceso del cambio. Además, en ese momento, escuchábamos el apacible eco de la PALABRA DE DIOS, puesto que en aquel momento se estaba celebrando la Eucaristía. Cuando comenzamos a retirar la vestimenta de Jesús, se nos pide colocarnos los guantes, no tanto para proteger la estructura física de la imagen, sino para que entendiéramos que es un acto que encierra un significado muy místico, el cual no sería capaz de explicar. Se comienza a dar las respectivas indicaciones del orden de participación, de los presentes en aquel sublime momento; también se nos explica el orden de la extracción y colocación de la vestimenta. Se comienza por retirarle el cíngulo. Operación que le es subsiguiente, es la extracción de la túnica roja con áureos bordados. Ambos procedimientos, hechos con la mayor delicadeza, natural en un proceso de esta clase. En seguida, se procede a retirar, con el mismo cuidado, el alba de Jesús. Inmediatamente a la extracción del níveo traje, se hace la limpieza del rostro, cabellera, corona de espinas, manos y pies. La limpieza se hace en orden, de arriba hacia abajo, pasando de uno en uno; mientras cada miembro realiza la limpieza en la parte que se le asignó, los demás hacen que en el techo de la sacristía, resuene con cadencia y leve sonoridad, la plegaria mariana por excelencia:

Dios te salve, María...

Después de concluir la limpieza de la imagen, se comienza a colocarle un alba limpia, y sobre ésta, la túnica. Una túnica lisa, con argentíferos brocados en las orillas, es la que, desde ese momento en adelante, habría de utilizar el Nazareno en su capilla. A continuación, se le coloca un cinturón, a manera de cíngulo, para ceñir la túnica de Jesús. A todo esto, otros miembros de nuestra entidad, hacían limpieza en la “capilla”. Por último, se limpia la cruz del Nazareno. Concluida ésta, se nos pide a los invitados (entre ellos, quien esto escribe), externar nuestra opinión. Todo lo expresado, se caracterizó por la emotividad; además, todos coincidimos en dar gracias a Dios y a Jesús de la Buena Muerte, por habernos permitido que participáramos en un cambio de túnica de su Sagrada Imagen. Acto siguiente, se nos entrega un alfiler de Jesús, como recuerdo sencillo, pero elocuente, de nuestra participación en el cambio de túnica de Jesús.

Salimos de la sacristía, hacia la capilla, con la imagen ya revestida, y su cruz ya lista. Llegamos a la capilla; se nos pide a los que llevábamos la cruz del Nazareno, ayudar a subirla al nicho. Posteriormente se subió, también con delicadeza y extremas precauciones, la imagen de Jesús. Podría afirmar, que la Dolorosa dominica, derramó una lágrima, cuando percibió que el sagrado leño, pesaba otra vez, sobre el hombro lacerado de su Hijo, porque es infinita y perpetua, la sed de redención, del Dulce Nazareno.

Colocado ya, Jesús, en su altar, se comienza a reordenar las flores, el mechero, y las bancas de su capilla.

Concluido lo anterior, nos retiramos del templo de Santo Domingo, no sin antes, despedirnos del Nazareno. Nos disponemos a volver a nuestros hogares, pero cuando veo la ventanita que da a la capilla de Jesús, me invade una sensación de paz, cuando recuerdo todo lo que había vivido hasta ese instante...


“Jesús de la Buena Muerte,

Amigo que nunca me abandonas,

Confidente que siempre me escuchas,

Alienta mi espíritu

Cada vez que desfallezca,

Y en la hora suprema,

Llévame a tu reino”

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hay momentos que desconocemos y que bien has relatado. Me has hecho sentir en el templo con ustedes. De verdad vaticino un futuro enorme al culto del Nazareno de La Buena Muerte, me parece que el trabajo ha sido bien encaminado y que en pocos años el cortejo será mucho mas de lo que es hoy. Feliz inicio de Cuaresma