viernes, 27 de junio de 2008

Un Tercer Domingo de Cuaresma...(relato - 3ra. entrega)

(Continuación)

Ahí se dió cuenta del significado que habría de tener para el lema del adorno. No era necesario hacer una gran misión para predicar el Evangelio. La conversión de su padre, aunque tardía, era el mejor ejemplo. Le agradeció a Jesús que su padre le hubiera revelado su secreto, y se sintió satisfecho, pero muy triste. Cuando volvió en sí de ese duro golpe, iban ya en la 10a. calle y 12 av. Se fue a formar a la esquina siguiente, a esperar el turno de Entrada. Se puso la capilla, y recibió el anda. Los redobles del timbal, resonaban con fuerza en su mente. Los acordes suaves de "Cristo Rey" de Zaltrón, le erizaron la piel. Cuántas veces había cargado con esa marcha, ni él se acordaba. Pero ese 3er. domingo, la marcha se tornó en un suave susurro por el cual Dios le enviaba un poco de consuelo. En ese encuentro personal con Jesús, le dió las gracias porque su tío lo llevara a cargar por primera vez. Oró por su amigo Luis, que lo introdujo a la asociación, y recordó todo lo que habían vivido, antes de que el fuera miembro, y después, cuando ya había ingresado formalmente. En ese momento, pasaron en su mente, como en un cine, los recuerdos de las colas para sacar sus turnos, las largas caminatas de su tío, de Luis y de él en Semana Santa, los desvelos que habían pasado ya por varios años, cuando trabajaban en la bodega de Jesús, si no en el adorno, preparando los demás enseres.
También recordó a su padre. Pensó en que si él todavía estuviera sano, estaría llamando a su tío César, para que le colocara el sonido ambiente de la entrada para oírlo aunque fuera por medio del teléfono. Cuando abrió los ojos, sonó el timbre, y estaba ya en el atrio de Santo Domingo de nuevo. Comenzaron a realizar la misma operación que llevaran a cabo, los cargadores del turno de Salida. Bajaron y empujaron el anda sobre sus rodos. La diferencia en ese momento, era de que ellos llevaban el anda ya a descansar. Cuando ya habían pasado el coro alto, llevaron el anda nuevamente a sus hombros , y la "Fúnebre" de Chopin, armonizó el cadencioso y lento paso del anda en la nave central del templo. Cuando las graves notas de la marcha resonaron en las bóvedas, volvió a pensar en su padre...
La agonía de su padre, con la que se encontró de manera repentina, le hizo derramar lágrimas de dolor. Abrazó furiosamente el bolillo, estrechó su rostro con la madera labrada por las hábiles manos del ebanista y recordó la frase de René, pronunciada horas antes:
"Nunca soltés el anda, aferráte a ella..."
El dolor por la agonía de su padre, el sentimiento de satisfacción por el deber cumplido por un año más, la nostalgia de ver otra vez a su Jesús en procesión formaron una mezcla extraña de sensaciones, por lo que sentía que estaba a punto de desfallecer. Recordó nunca haber sentido tantas cosas en un turno como el de ese día. La oración que dijo en aquellos momentos, fue única, y jamás volvería a vivir un momento igual. El timbre sonó por fin.
Trató de restablecerse un poco tras el esfuerzo realizado en la marcha anterior. Alzó el rostro para ver a su Jesús por un momento. Al observarlo, sintió algo así como una corriente de paz en su espíritu. Si, era el Jesús por el cual trabajaba todo el año, aún a costa de sacrificios, unas veces pequeños, otras veces grandes; sí, era el Jesús que solitario en su capilla lo escuchaba todo el año; sí era el Jesús con el cual lloró la pérdida de su hermana; sí era el Jesús que lo ayudó siempre a llevar su cruz, por muy pesada y grande que pareciera...
El timbre sonó y el anda se colocó en movimiento, el peso del mueble procesional, le pareció que se había aligerado. La expresión serena de la imagen le devolvió un poco de paz a su alma. Las notas de Palabra de Dios, acompañaron el último trayecto del mueble, sobre los hombros de los devotos cargadores...
Damián volvió a tomar una actitud de oración. Cargó como si fuera la última vez que lo hiciera, porque pensaba que podría ya no estar el próximo año. A medida que avanzaba la marcha, las lágrimas corrían en su rostro imparables. Nunca había llorado en un turno, pero sabía que Jesús habría de auxiliarlo en ese momento supremo.
"Señor, dale una buena muerte a mi papá -susurraba mientras unas cristalinas gotas surcaban sus mejillas-, talvez no fue un buen padre, pero aún así lo amé como tú nos enseñaste..."
"(...)Acuérdate de todos nosotros Dulce Nazareno Dominico, perdona nuestros pecados y condúcenos humildemente a la vida eterna(...)"
A todo esto, el anda se había enfilado nuevamente en el crucero de la Basílica; los celadores, le dieron la orden a los cargadores de que cambiaran de hombro, es decir, que dieran media vuelta, para llevar lentamente el anda, en retroceso hacia la capilla de Santo Domingo, donde iniciara su caminar 11 horas antes.
Cuando sonó la última parte de la marcha, Damián se estremeció a sus acordes.
"Palabra de Dios", siguió armonizando el lento desplazamiento del anda, en las postrimerías del 3er. Domingo de Cuaresma. El sentimiento que le envolvía cada vez que escuchaba esa marcha, se hizo presente. Aunque no fuera de las más conocidas, era con la mejor se identificaba. El sentimiento de la marcha, le decía en cierto modo que "esa" era la de Jesús. No imprimía tristeza o dolor en sus notas, pero describía la serenidad con la que el Nazareno afrontó los escarnios y dolores que le acompañaron camino al Calvario.
Sus lágrimas se fueron reduciendo, hasta casi secarse por completo.
Ese 3er. Domingo, lo recordaría años después con esa frase: "Id... y Predicad el Evangelio."
Entre aquel silencio de los fieles a la expectativa, sonó por última vez el timbre, que dio la orden de colocar nuevamente sobre sus pedestales, el anda del Nazareno.
El mueble procesional, descendió lentamente. Cuando éste, quedó bien colocado sobre sus bases, los versos de un canto rompieron el murmullo de los devotos y feligreses que asistieron a presenciar la entrada del Cortejo: "Oh dulce Jesús mío, perdón, perdón..."
Damián, no se separó del anda. Se reclinó sobre ella, con un llanto terrible que lo acometió de nuevo, adolorido por lo sucedido a su padre.
Algo se formó en su interior. Levantó la mirada y observó su reloj. Eran casi las once menos veinte.
Entonces, el milagro sucedió.
No lo supo en ese momento, pero cuando el dejó su turno (casi una hora después de la llamada, más o menos), su padre falleció. Según vino a saber después, no sufrió, y murió con una gran paz en el alma, después de haber recibido el Sagrado Viático, y ese sentimiento lo reflejaba en su rostro. Una suave palmada en la espalda de Damián, le hizo voltearse, y vio que Luis se disponía a darle un abrazo.
-Felicitaciones, vos Damián. Un año más que estamos a su servicio, y un año más que lo vamos a servir.
-Gracias vos-, y ese fue el abrazo más efusivo que había dado jamás. El resto de compañeros, también lo fueron a saludar, con el tradicional abrazo posterior a la procesión, y se encontraron con las lágrimas en el rostro de Damián.
Eso les sorprendió, pero les conmovió al mismo tiempo. Los fieles empezaron a retirarse, los miembros de la asociación comenzaron a arreglar el templo, entre ellos Damián, y dejaron todo en orden.
Era casi la medianoche, cuando Luís y Damián, vieron a la imagen de Jesús sobre su anda, por última vez. La contemplaron por un rato, hicieron una sencilla oración y se despidieron de Jesús.
Cuando subieron al carro, Luís le preguntó a Damián el porqué de su tristeza, al punto de haber llorado fuertemente en la entrada.
Guardaron un momento de silencio, y Damián le contó la llamada de su madre, y todo lo que sintió.
-Bueno, -dijo Luís-, Dios nos pone las pruebas que sabe que podemos superar, así que ánimo.
-Sí, es cierto vos. Gracias por tus palabras.
Cuando dijo esto, estaban ya enfrente de la casa de Damián y el automóvil se detuvo. Damián se bajó, se despidió de Luis, y entró a su hogar.
Abrió la puerta de la sala, prendió la luz, y se sentó. Ante la foto de Jesús de la Buena Muerte, que tenía colgada en la pared de la sala, solo pudo decir:
"Gracias Señor por permitirme haberte servido un año más, y permite que también que este año que comienza, te sirva mejor..."
"¿Me prestarás el don de la vida, para trabajar por tí, otra vez...?"


Dedicado a todos los "Damianes" que año con año, hacen un gran esfuerzo, para engrandecer el culto de Jesús de la Buena Muerte, a costa de trabajo, esfuerzo y sacrificio.

A ellos, mi más sincera admiración.

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